Y se recorren también los claros del bosque con una cierta analogía a
como se han recorrido las aulas. Como los claros, las aulas son lugares
vacíos dispuestos a irse llenando sucesivamente, lugares de la voz
donde se va a aprender de oído, lo que resulta ser más inmediato que
el aprender por letra escrita, a la que inevitablemente hay que
restituir acento y voz para que así sintamos que nos está dirigida.
Con la palabra escrita tenemos que ir a encontrarnos a la mitad del
camino. Y siempre conservará la objetividad y la fijeza inanimada de lo
que fue dicho, de lo que ya es por sí y en sí. Mientras que de oído
se recibe la palabra o el gemido, el susurrar que nos está destinado.
La voz del destino se oye mucho más de lo que la figura del destino se
ve. Y así se corre por los claros del bosque análogamente a como se
discurre por las aulas, de aula en aula, con avivada atención que por
instantes decae —cierto es— y aun desfallece, abriéndose así un claro
en la continuidad del pensamiento que se escucha: la palabra perdida que
nunca volverá, el sentido de un pensamiento que partió. Y queda
también en suspenso la palabra, el discurso que cesa cuando más se
esperaba, cuando se estaba al borde de su total comprensión. Y no es
posible ir hacia atrás.
María Zambrano: Claros del bosque. Barcelona, Seix Barral, 1977.
María Zambrano: Claros del bosque. Barcelona, Seix Barral, 1977.